En el Mar chiquita, un lago interior situado en la Provincia de Córdoba en Argentina existía una Diosa, llamada Miah. Ella era muy hermosa y habitaba en su palacio de Cristal. Era la custodia de las aguas del Lago y le eran especialmente agradables las ofrendas de un primer amor. Cuenta la Leyenda que en aquel entonces, el lago eran aguas dulces y un día encontró en la orilla a un apuesto caballero con heridas de guerra. 

Con desconfianza hacia el intruso, se acercó lentamente. El  fuerte cuerpo del caballero, hacia suponer que era un gran guerrero. Un guerrero ahora tendido en un sueño de agonía y muerte. 

La Diosa sintió su corazón latir con fuerza inusual. Al verlo, algún recuerdo la recorría internamente en una nostalgia inexplicable por el amor perdido.  La Diosa se había enamorado y comprendiendo el destino de su amado, comenzó a llorar sobre su cuerpo inerte. 

 Tanto lloraba, que sus lágrimas convirtieron la laguna en salada. Entonces estalló un trueno. Como si fuera un alarido, se estremeció el cielo. Todas las nubes lloraron con la Diosa.

El caos gobernó el mar durante un día y una noche, pero al amanecer, el guerrero se despertó en la playa. Sus heridas habían cerrado y al abrir sus ojos el entorno natural había cambiado increíblemente. Atónito contempló la playa de arenas blancas y el espejo de las aguas ahora turbias y saladas.